Sí, la COP28 fue un fracaso catastrófico, pero ese fracaso no se debe a las debilidades individuales de lxs negociadorxs presentes. Estaba predestinado. La COP no puede funcionar mientras la correlación de fuerzas mundial siga como está.
Sin un mecanismo que obligue a los países ricos del Norte a pagar para ayudar al Sur tanto a adaptarse al cambio climático como por las pérdidas y daños que sufren por el colapso climático, nunca se alcanzarán los objetivos de financiación y transferencia de tecnología. Por eso el compromiso mundial de recaudar 100.000 millones de dólares anuales para la financiación climática se retrasa cada año y el tan anunciado Fondo de Pérdidas y Daños, que según las proyecciones necesitará más de 200.000 millones de dólares anuales para 2030, sólo ha acumulado 700 millones de dólares en compromisos, ni siquiera en efectivo. Los Estados Unidos prometieron sólo 17 millones de dólares al fondo. Compáralo con los 14.000 millones de dólares en armamento para que Israel prosiga su campaña de asesinato y destrucción en Gaza.
100.000 millones de dólares parece mucho dinero —y lo sería para los estados del Sur que se adaptan a los peores impactos del colapso climático—, pero es sólo alrededor de una décima parte del uno por ciento de la producción económica mundial.
Pero el mayor defecto estructural de la COP ni siquiera es la tacaña hipocresía del Norte Global. Es el poder prepotente de las grandes petroleras en el sistema mundial.
Este dominio se exhibió plenamente en Dubai, dando a la sátira su segunda muerte después del Premio Nobel de Henry Kissinger. La conferencia estuvo presidida por el director general de una empresa petrolera y estuvo plagada de grupos de presión de los combustibles fósiles, cuyo número se cuadruplicó hasta alcanzar los 2.400, lo que les convirtió en la delegación más numerosa con diferencia.
Por tanto, no debería sorprender que la COP28, como todas las COP anteriores, no llegara a un acuerdo sobre la necesidad de eliminar progresivamente los combustibles fósiles ni fijara un plazo para hacerlo. En su lugar, el documento final sugiere que los estados pueden -sin obligación alguna- "reducir" la producción de combustibles fósiles. Se ignoraron las demandas de más de 120 países de eliminar por completo la producción de nuevos combustibles fósiles.
El colapso climático no puede evitarse sin abordar la cuestión de primer orden: los combustibles fósiles impulsan nuestro sistema global. Eso tiene que cambiar. Aumentar la inversión en fuentes de energía más limpias por sí solo no hará el trabajo. La COP28 acordó triplicar la capacidad de las energías renovables para 2030, pero, como hemos visto con las políticas de Joe Biden, Presidente del mayor productor de petróleo del mundo, ampliar la inversión en energías limpias es compatible con ampliar la inversión en combustibles fósiles.
La inversión en combustibles fósiles sigue disparándose porque es rentable y vivimos en el capitalismo. Como hemos visto en los dos últimos años, el aumento de los precios ha significado un aumento de las ganancias y, por tanto, un aumento de la inversión en combustibles fósiles. Mientras que el aumento de los tipos de interés presiona a la baja la inversión en energías renovables, que es mucho más intensiva en capital en su fase inicial.
El sistema mundial tal como está no nos salvará, sino que nos condena a vivir en un planeta cada vez menos hospitalario para la vida humana tal como la conocemos. 2023 ha sido un año de catástrofes meteorológicas extremas, desde olas de calor monstruosas en Europa hasta una emergencia por inundaciones en Libia y un infierno continental en Canadá. De enero a octubre se registraron 1,43 grados por encima de la media preindustrial. El año que viene será peor, batiendo nuevos récords a medida que El Niño acelere el calentamiento global por encima de 1,5°C, un umbral que corre el riesgo de desencadenar una cascada de puntos de quiebre irreversibles.
La COP 29 del año que viene se celebrará en otro estado productor de petróleo sin interés en acabar con los combustibles fósiles, Azerbaiyán.
Éste es el dilema: la humanidad está atrapada en un tren que se sobrecalienta, dirigido por capitalistas fósiles estructuralmente obligados a avivar las llamas. Nuestra tarea es unir y organizar las fuerzas sociales que puedan tomar la sala de máquinas y tirar del freno de emergencia. No más evasivas.
En solidaridad,
El Secretariado de la Internacional Progresista
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