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viernes, 29 de septiembre de 2017

Reflexión del Che




















Reflexión del Che dirigida a los “traidores en potencia", “debiles de espíritu”,
“cobardes”, “ladrones” y “comevaca”.

“Un pecado de la Revolución”. El título del artículo no es mío, lo tomo
prestado de uno de los grandes de nuestra historia, Ernesto “Che” Guevara.
En el corto texto homónimo publicado el 12 de Febrero de 1961 en
la revista Verde Olivo, el Che reflexiona sobre su experiencia de combatiente
cuando hubo de enfrentarse a aquellos peligrosos “aliados” con los cuales
 tuvieron que convivir en algunos momentos del proceso revolucionario
. ¿Quienes son estos peligrosos “aliados” de la Revolución?
 Los “ traidores en potencia”, los “débiles de espíritu”, los “cobardes”,
los “ladrones”, los “comevaca”; en otras palabras, los falsos revolucionarios
 que se acomodan al curso de las aguas políticas para escalar posiciones
 individuales a conveniencia.
 “Esa era una parte del Ejército Rebelde -comenta el Che- con la que
debíamos convivir”. Precisamente, esta convivencia en el transcurso
de la revolución, y en la necesidad de su radicalización, demostró,
para el Che, el “pecado de la revolución”. “Desde los primeros días
se plantearon divergencias serias [con los “débiles de espíritu”] que
 culminaron a veces en intercambios de palabras violentos, pero siempre
 nuestra aparente cordura revolucionaria primaba y cedíamos en bien de
 la unidad. Manteníamos el principio. No permitíamos robar ni dábamos
 puestos claves a quienes sabíamos aspirantes a traidores; pero
no los eliminábamos, contemporizábamos, todo en beneficio de
 una unidad que no estaba totalmente comprometida.
Ese fue un pecado de la Revolución”. Bien sabemos que las realidades
históricas no puedes compararse a la ligera y sin criterios metodológicos
 definidos; pero, precisamente, es la historia de los procesos revolucionarios
la que permite comprender las dinámicas de lucha y aprender de ellas.
 ¿Bajo qué criterio? El del compromiso político y, por tanto, también ético,
de permanecer coherentes con los principios revolucionarios en cualquier
 espacio de acción; comprender que no se está del lado de la transformación
para beneficio propio; y aprender que “el enemigo tiene más dinero y
 más medios de sobornar a la gente”. De los errores se aprende, o se pagan caro.
 No hay otra opción cuando de política revolucionaria se trata.
Y esta diatriba está siempre presente. Como dice nuestro
Che: “Las revoluciones [...] no son nunca perfectas.”
Precisamente, por no ser perfectas, es que tenemos la opción de elegir:
o enmendamos los errores, o pagamos sus consecuencias.
Y uno de los errores de los cuales no podemos esperar consecuencias,
 es la permisividad ante los “falsos revolucionarios”, aprovechados de
 siempre, acomodaticios de ahora, que se llenan los labios de discursos y
 consignas, a la vez que rebozan sus bolsillos y los de sus amigos de
 jugosos beneficios. Estos falsos héroes, que ahora ocupan no pocos
 cargos públicos, llevan sus relaciones en el bolsillo (para recordar una
irónica expresión de Marx). ¿Cuántos “débiles de espíritu”, “cobardes”,
 “traidores”, “ladrones”, no plagan como virus nuestras instituciones,
ejercen cargos medios y altos de dirección, y son tolerados en nombre
de la táctica y la unidad? Una unidad, como decía el Che, y como me
atrevo a afirmar ahora, “no está totalmente comprendida”. “Que no nos cueste
 llamar ladrón al ladrón, [...] el ladrón es ladrón y se morirá ladrón.
Por lo menos, el ladrón de altura; no el que en algunos países, desesperado,
tiene que quitar una migaja para dar de comer a sus hijos.”
Que no nos de miedo asumir el compromiso revolucionario de
levantarnos para “denunciar y castigar en cualquier lugar en que
 se asome algún vicio que vaya contra los altos postulados de la
Revolución”. Aprendamos de la Revolución Cubana, aprendamos
del Che, no dejemos que la intransigencia ante la debilidad, el error y
 los vicios, se convierta en la norma; no permitamos que los valores
 anti-revolucionarios y sus personificaciones se apropien de los
espacios de poder y que su presencia se convierta en una convivencia
necesaria. Un error así, de ninguna manera, puede permitirse, y
 de hacerlo, sus consecuencias podrían ser nefasta para el proceso
 bolivariano; como ya lo hemos podido constatar en más de una
 ocasión. “La conciencia revolucionaria es espejo de la
fe revolucionaria y cuando alguien que se dice revolucionario no
se conduce como tal, no puede ser más que un desfachatado”.
He ahí una lección que mal haríamos en aprender cuando ya sea
demasiado tarde.










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