De defensor de los pueblos originarios a amenaza para la democracia
En los últimos tiempos, Bolivia presencia con preocupación el ocaso político y moral de Evo Morales Ayma, quien alguna vez se presentó como el máximo representante de los pueblos originarios, pero hoy evidencia profundas contradicciones que revelan la verdadera naturaleza de su liderazgo: autoritario, patriarcal, mesiánico y peligrosamente cercano a prácticas dictatoriales.
Morales, quien dice ser originario, no habla ni una sola lengua materna de los pueblos que dice representar. Su desconocimiento cultural contrasta con su discurso de identidad indígena, usado estratégicamente para construir un poder personalista y excluyente. Como los dictadores más oscuros del siglo XX —Pinochet, Somoza o incluso Hitler— Morales recurre a amenazas, persecuciones y purgas internas para eliminar a quienes puedan hacerle sombra. Solo mantiene cerca a quienes le profesan una lealtad ciega, como si fuera una deidad intocable. Pero los dioses no existen, y menos aún en política.
Su figura ya no representa a los pueblos originarios ni a los movimientos sociales, sino a sí mismo y a su proyecto de retorno al poder a toda costa. Bajo un discurso populista, Morales ha caído en un culto a la personalidad profundamente machista y patriarcal, incapaz de convivir con liderazgos femeninos o alternativos. No hay espacio para la democracia en su visión: solo la obediencia y la subordinación.
Graves denuncias pesan sobre él: investigaciones por trata y tráfico de personas, vínculos con redes criminales, protección por parte de grupos cerrados que funcionan como una guardia personal armada. Esta situación configura de facto una “republiqueta” dentro del Estado Plurinacional, una zona liberada donde no rige la ley ni el control institucional. Morales no da la cara ante la justicia, huye, se victimiza y acusa sin pruebas. Promete denuncias internacionales que nunca realiza. Todo indica una estrategia para desacreditar al actual gobierno y sabotear la democracia desde las sombras.
Los recientes hechos en La Paz, donde grupos afines al exmandatario protagonizaron actos que podrían tipificarse como sedición o incluso terrorismo, marcan una línea roja. No se trata de oposición legítima, sino de acciones violentas contra la estabilidad democrática. Estas hordas, organizadas y dirigidas por Morales y su entorno, han convertido la movilización en una herramienta de chantaje político.
Evo Morales Ayma debe ser investigado con el máximo rigor, sin impunidad, y sus acciones deben ser juzgadas por lo que son: atentados contra el orden democrático y la soberanía del Estado boliviano. La justicia no puede seguir siendo rehén de su figura ni de sus amenazas. Bolivia merece líderes que defiendan la ley, no que se coloquen por encima de ella.
Hoy más que nunca, se debe alzar la voz para denunciar el peligro que representa el caudillismo autoritario de Morales. No en nombre de la venganza, sino en defensa de la verdad, la justicia y la democracia.
Lic Ruben Suarez
Director De RedContactoSur
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