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12/29/2025

Venezuela. “La justicia es el karma de la historia: mi palabra no se rinde ante el fascismo”. Entrevista exclusiva a Tarek William Saab, Fiscal General de Venezuela

 


Venezuela. “La justicia es el karma de la historia: mi palabra no se rinde ante el fascismo”. Entrevista exclusiva a Tarek William Saab, Fiscal General de Venezuela

Su obra, definida por Hugo Chávez como un canto al amor vibrante, profundo y patriota, y por Juan Liscano como el rescate de la teología revolucionaria como doctrina de salvación, se hizo crónica conmovedora en Los Niños del Infortunio (2006), libro escrito en Pakistán que despertó la admiración de Fidel Castro. Traducido a siete idiomas y galardonado con múltiples certámenes poéticos, Saab consagra su lugar entre los nombres insurgentes de la poesía latinoamericana contemporánea, redescubriendo


por Geraldina Colotti /RedContactoSur 28 de diciembre de 2025.



Blande versos y tatuajes, los ojos negros como dardos, y se inflama hablando de justicia y de poesía. En Tarek William Saab (nacido en El Tigre en 1962), convive la tensión moral de un Saint-Just – el ángel de la Revolución Francesa que no admitía manchas en el ideal de la virtud – y la búsqueda espiritual de los personajes de Hermann Hesse. Con 45 años de vida literaria (1980-2025), Saab es una voz única en el paisaje lírico de la lengua castellana actual, capaz de habitar el límite entre la carne y el espíritu, más allá de la herida y la revelación.


Abogado especialista en Derechos Humanos y Derecho Penal, y actual Fiscal General de la República, ha construido un camino creador que cuenta con 17 libros publicados —entre los que destacan Los Ríos de la Ira (1987), Cielo a Media Asta (2000) y el reciente Un Tren Viaja al Cielo de la Medianoche (2025)— sumando 36 ediciones internacionales en países como Rusia, China, Italia, Egipto y México.


Su obra, definida por Hugo Chávez como un canto al amor vibrante, profundo y patriota, y por Juan Liscano como el rescate de la teología revolucionaria como doctrina de salvación, se hizo crónica conmovedora en Los Niños del Infortunio (2006), libro escrito en Pakistán que despertó la admiración de Fidel Castro. Traducido a siete idiomas y galardonado con múltiples certámenes poéticos, Saab consagra su lugar entre los nombres insurgentes de la poesía latinoamericana contemporánea, redescubriendo el espíritu de la lucha a través de una gestión que funde la ética jurídica con la iluminación lírica.


Pero Saab es, ante todo, un hijo de la Patria Grande. Su voz se inserta en ese surco profundo trazado por José Martí, donde la palabra está al servicio de la libertad, y por Roque Dalton, quien de la poesía hizo un arma de guerrilla contra la injusticia. Hay en él el eco de la «poética del barro y de la gloria» de un Víctor Valera Mora, ese sentir venezolano que sabe ser visceral y al mismo tiempo culto, rebelde y profundamente arraigado en el paisaje.


Para Saab, la «justicia poética» no es una metáfora, sino una praxis. Si Saint-Just escribía que “no se puede reinar inocentemente”, Saab responde con una legalidad que es también reparación ética, un “karma” que transforma la sentencia en un acto de defensa de la soberanía contra el asedio imperial. En este encuentro, que comenta sus cuarenta años de obra poética culminados en Soñando el Largo Viaje, el Fiscal General se despoja de la toga para mostrar la carne viva de quien atravesó el fascismo de 2002 y lo de hoy, y la resiliencia de quien ve en la cultura la última línea de defensa contra la barbarie.


Esta imagen de usted como un «jacobino bolivariano» que recita a Martí y Roque Dalton fascina en Europa. Usted blande versos y se inflama por la justicia. En este presente de agresión multiforme, 


¿cómo conviven en usted el rigor del Fiscal y la libertad del poeta?


Creo que la coherencia es el único puente posible entre la ley y el alma. Como para Martí, para mí el deber es un altar sobre el que se sacrifica todo, pero es la poesía la que da el respiro necesario para no sucumbir a la dureza del conflicto. Mi voz poética está nutrida por la misma sed de justicia que movía a Roque Dalton: la idea de que la poesía debe ser como el pan, para todos. En mi antología Soñando el Largo Viaje notará que el tono se ha hecho más decantado, pero la pasión es la misma de cuando leía a los clásicos en la cárcel o cuando escribía entre las montañas del Himalaya. Como decía nuestro «Chino» Valera Mora, nosotros somos de esta materia: una rebelión que no acepta compromisos, pero que busca siempre el lirismo para poder durar más allá del tiempo de la batalla.


Hablemos de la agresión actual. Usted ha sido muy enfático al denunciar el resurgimiento de una «extrema derecha neofascista» en Venezuela tras las elecciones de julio de 2024.


 ¿Qué casos emblemáticos ha desarticulado el Ministerio Público para proteger la estabilidad nacional?


Lo que enfrentamos hoy no es una oposición política convencional; es una facción transnacional que utiliza el odio y la tecnología como armas de guerra. El Ministerio Público ha sido el muro de contención contra los planes de los sectores extremistas. Hemos procesado casos terribles de crímenes de odio durante las llamadas «guarimbas cibernéticas». Un caso reciente y contundente ha sido la desarticulación de la trama «Brazalete Blanco», un plan de magnicidio y asalto a cuarteles. También hemos logrado sentencias históricas contra quienes intentaron sabotear el Sistema Eléctrico Nacional. Para nosotros, la justicia no es venganza, es la única garantía de que el fascismo no se convierta en la norma.

Ante este asedio, Washington insiste en hablar de «persecución política» mientras intensifica las “sanciones”. 


¿Cómo responde usted a lo que califica como un «asedio multiforme»?


Es una hipocresía total. La agresión de los Estados Unidos es una violación masiva de los derechos humanos. Sus «sanciones» son en realidad Medidas Coercitivas Unilaterales destinadas a provocar muerte y sufrimiento. El Ministerio Público documenta este impacto devastador cada día; para nosotros, estos actos constituyen crímenes de lesa humanidad. La agresión también se manifiesta en el robo descarado de nuestros activos, como el caso de CITGO o el oro secuestrado en Londres. Frente a esto, nuestra respuesta es la «Justicia Soberana»: no permitiremos que una potencia extranjera utilice el hambre como arma de chantaje político.

Estamos cerrando este año 2025 bajo una de las fases más agresivas de la llamada «guerra híbrida». La administración estadounidense ha llegado a utilizar métodos de piratería internacional para intentar apropiarse del petróleo venezolano y ha promovido el terrorismo bajo la excusa de la lucha contra el narcotráfico en el Caribe. 


¿Cómo analiza usted, desde la legalidad internacional, este asedio que busca el control de los recursos y el territorio de Venezuela?


Estamos ante una de las fases más terribles de la guerra híbrida. La administración Trump no ha escatimado esfuerzos en promover el terrorismo internacional para, bajo la falsa excusa de la lucha contra el narcotráfico, acribillar a inocentes en el Mar Caribe. Es una infamia: Venezuela no es un país productor ni traficante. El 95% de la droga que llega a Estados Unidos sale de la costa del Pacífico, de países como Colombia o Perú, a miles de kilómetros de nuestras costas. Nosotros apenas somos un país de tránsito marginal, menos del 5%, y nuestra lucha es implacable con incautaciones récord. En realidad, usan el miedo y el terrorismo, violando todas las declaraciones de la ONU, para derrocar al gobierno legítimo del presidente Nicolás Maduro. Es piratería del siglo XXI para robarse nuestro petróleo, pero el mundo, con Rusia, China y el Consejo de Seguridad, ya está reaccionando contra esta política sin precedentes. Venezuela es hoy la vanguardia mundial y el presidente Maduro se consolida como un líder global que inspira a los pueblos en su lucha por la liberación.


Su firmeza nace también de su experiencia en abril de 2002, cuando vivió el fascismo «cara a cara». ¿Qué le dejó aquel secuestro en los sótanos de la DISIP?


Fue algo aberrante. Tenía inmunidad parlamentaria y me golpearon con culatas de fusiles dentro de una patrulla municipal. Me decían que iba a ver a Carmona, pero me llevaban dando vueltas, en una guerra psicológica constante. Recuerdo a uno de los custodios atacándome por mi origen árabe: era el racismo y el odio de clase destilado. Estuve sentado en una silla de cemento, sin comer, desde el 12 hasta el 13 de abril. Los fiscales golpistas me decían que pasaría a tribunales militares por «traficar armas», cuando en realidad eran cajas de mis propios libros. Ver regresar a Chávez fue la confirmación del «karma positivo»: la lealtad siempre tiene su recompensa.

Usted menciona que se reconoce como un «budista de alma» y cita la influencia de Hermann Hesse.


 ¿Cómo le ayuda esta espiritualidad a gobernar el Ministerio Público en tiempos tan convulsos?


Absolutamente unida a mi alma de poeta. Mi filosofía se basa en el Noble Sendero Óctuple y el Dharma. Entiendo la vida como el Samsara: ese ciclo de nacer, sufrir, morir y renacer. Esta empatía es la que me permite entender el dolor ajeno, no como una estadística judicial, sino como una herida propia. Por eso mi militancia no es fría, es orgánica. Mis raíces también juegan un papel: mi familia libanesa de las montañas del Becá, mi padre oyente diario de Radio Habana Cuba. Me reconozco como un «hippie del siglo XXI» que recupera el espíritu de los años 60: contra la industrialización militar y el daño a la naturaleza.


Para cerrar, usted recordó su compromiso con Fidel Castro en Pakistán. ¿Cómo se escribe poesía en medio de la tragedia?


Fidel me invitó en 2004 a visitar los campamentos de la brigada Henry Reeve tras el terremoto en el Himalaya. Le dije: «No solo voy a visitar, voy a escribir un libro». Fue una carrera contra el tiempo. Como no me daba el tiempo para escribir a mano, terminé dictando el libro Los Niños del Infortunio en ocho madrugadas consecutivas. Fidel me llamaba a las seis de la mañana para ver cómo iba. Es la disciplina del revolucionario: la unión entre la palabra, la ética y la acción. Esa lealtad a la historia es lo único que nos permite caminar con la frente en alto.

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