Lo que hizo Macri no lo hizo solo
La Argentina de Macri es un reflejo de lo que nos puede suceder. Como un espejo que adelanta tiene la virtud del relato distópico: nos cuenta un futurible trágico que aún estamos a tiempo de evitar. Pocas veces se ha visto un programa de destrucción económica llevado adelante con semejante efectividad y en tan poco tiempo en un contexto democrático. Macri lo hizo.
Convirtió a uno de los países más desendeudados del mundo en el récord mundial de endeudamiento externo. Redujo el poder adquisitivo de los salarios y la jubilaciones medias más altas del continente hasta sumergirlos en la lista de la precariedad. Llevó las tarifas subsidiadas de su mínimo histórico a su máximo en poco más de 30 meses, al punto de volverlas impagables para la población general. Devaluó la moneda un 300%, llevando el dólar de 9 pesos a más de 28. Aumentó el desempleo, la pobreza, la indigencia, la mortalidad infantil. Macri lo hizo. Subvirtió el crecimiento económico y destruyó el consumo, instalando la recesión y produciendo incluso la caída de la venta de bienes no suntuarios, como la leche y los alimentos. Destruyó a los medios de comunicación públicos, vaciándolos de contenido, hundiéndolos en audiencia y en la consideración popular y le entregó a corporaciones privadas como el Grupo Clarín el control efectivo de la información circulante, la opinión y el diseño ideológico de la sociedad. Deterioró la democracia, reintrodujo la prisión política, la represión violenta, el hostigamiento a los opositores, y mediante una ingeniería perversa e inconstitucional se aseguró un poder judicial complaciente y cómplice.
Macri lo hizo. Se perdonó deudas millonarias con el Estado, le entregó a empresas de su propiedad familiar como Iecsa obras públicas gigantescas y les permitió a sus amigos y familiares blanquear fortunas malhabidas o evadidas sin siquiera obligarlos a reintroducir ese dinero al país. Destruyó el sistema de investigación científica, paralizó los programas más innovadores, les congeló los ingresos a los becarios y disminuyó el número de becas. Licuó el poder adquisitivo de las asignaciones sociales, aumentó el número de trabajadores alcanzados por el impuesto a la ganancia, redujo la inversión pública en educación y en salud, despidió, despidió y despidió trabajadores del Estado, por mecanismos de una insensibilidad estudiada, impidiendo a los trabajadores ingresar a sus puestos de labor con policías en las puertas de las dependencias munidos de listas negras y armas de guerra. Todo eso Macri lo hizo. En solo 30 meses. Pero no lo hizo solo.
Para poder aplicar un programa tan devastador Macri contó desde el principio con el cobijo de un sistema de desinformación perfecto. Un dispositivo de propaganda y blindaje que ha sido capaz de ocultarlo casi todo y lo que no ha sido posible de silenciar, lo que se ha logrado filtrar por el concurso de los medios internacionales o por las valientes investigaciones de contados periodistas, la prensa mayoritaria se ha encargado de justificarlo o travestirlo como reyes Midas que operan sobre la realidad, transformando el desastre en virtud y jactancia.
Si se prueba que Macri tiene más de cincuenta sociedades offshore que ha ocultado en todas sus declaraciones juradas, entonces se lo justifica diciendo que eran de su padre y que no son ilegales. Si se prueba que sus ministros benefician a empresas de su propiedad, entonces se niega el conflicto de intereses, si todo el elenco gobernante tiene sus fortunas en el exterior, se lo explica como una práctica habitual en el sector privado. Si el presidente tiene más de doscientos procesamientos, se le atribuyen a la persecución de los anteriores gobernantes, si todos los indicadores de la economía se van al fondo del abismo, se los presenta como la consecuencia de una bomba que le dejaron y que Macri hace esfuerzos por desactivar. Hasta la desastrosa entrega del país al Fondo Monetario Internacional se lo viste de una toma de crédito en condiciones espectaculares, elogiando hasta las exigencias draconianas estipuladas en la carta de intención que exige literalmente el ajuste, más despidos, más tarifazos y un mayor recorte de los salarios y las jubilaciones.
Macri es un gobernante cínico. Pero no posee el cinismo vulgar de un político ambicioso y desaprensivo, sino que ostenta un cinismo insultante, magnánimo, superlativo. Es el tipo más cínico del mundo. En el mismo momento en que los indicadores estadísticos muestran que el desempleo aumentó por encima del 9%, Macri se hace hacer una entrevista amable, donde dice que con mucho esfuerzo han logrado crear centenares de miles de puestos de trabajo, y relata un mundo de maravillas que se da de bruces con la realidad inmediata y que los periodistas cooptados no solo no discuten, sino que asienten como idiotas o fanáticos de un culto a prueba de cualquier intervención racional.
Es obvio que hay un presidente al servicio de los sectores más ricos y concentrados de Argentina. Y es evidente que hay un periodismo de sobres, financiado por el poder para el beneficio del poder. Los que se han atrevido a disputar en el terreno de la información han sido perseguidos, censurados, despedidos, e incluso presos, como los titulares del grupo Indalo, dueños del canal de noticias opositor C5N. Ahora mismo, mientras se desarrolla el campeonato mundial de fútbol, 354 periodistas de la septuagenaria agencia estatal Télam fueron despedidos mediante telegrama colacionado, que llegaba a la casa de los infortunados a la misma hora en la que Argentina se jugaba su clasificación a octavos de final en un partido infartante contra Nigeria. Es más, todas las decisiones terribles de los últimos días se han adoptado los mismos días y a la misma hora en la que juega la selección argentina, en una maniobra de distracción que no por grotesca deja de ser efectiva a la vez que propia de un canalla. El argumento para la liquidación masiva de puestos de trabajo en Télam es poco menos que maccartista, acusando a los echados de kirchneristas, cuando entre los despedidos hay gente que trabaja en la agencia hace más de 20 años y votantes de todas las tiendas políticas. Mientras tanto, los que no son echados reciben un telegrama dándole la bienvenida a una nueva agencia Télam de la pluralidad y el profesionalismo, en una muestra más del cinismo feroz que profesan.
Todo lo que sucede en Argentina puede suceder en el futuro acá. Los mismos dispositivos de propaganda están prontos para implementar un programa trágico en nuestro país. Y el poder cuenta con sus candidatos para llevarlo adelante. Lo único que necesitan para lograrlo es engañar a una porción mayoritaria de la ciudadanía con promesas falsas y operaciones múltiples que contaminen la discusión política y nublen la razón del pueblo, al punto de que cientos de miles terminen votando alegremente, con globos de colores, a sus propios verdugos.
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