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4/09/2023

Preparación de la nueva Guerra Mundial*


 *Preparación de la nueva Guerra Mundial*


Estados Unidos empuja sus aliados de la Unión Europea a prepararse para una Tercera ‎Guerra Mundial, una guerra que tendrán que librar si quieren salir airosos de la “trampa ‎de Tucídides”. A menos que toda la agitación alrededor de ese asunto sea sólo para ‎mantener a los aliados “anclados” del lado de Washington mientras que en Sudamérica, ‎África y Asia, gran número de Estados se declaran neutrales. Al mismo tiempo, los tambores de la guerra despiertan a los militaristas japoneses, quienes, como los ‎‎«nacionalistas radicales» en Ucrania, regresan a la escena.‎


Ante los logros alcanzados por los partidarios de un mundo multipolar, la reacción de ‎los defensores del «imperialismo estadounidense» no se ha hecho esperar. En este artículo ‎analizaremos dos operaciones: la transformación del mercado común europeo en una estructura ‎militar y la reconstrucción del Eje de la Segunda Guerra Mundial. Este segundo aspecto hace entrar ‎en juego un actor que hasta ahora parecía mantenerse al margen: Japón. ‎



EL CAMBIO DE PIEL DE LA UNIÓN EUROPEA


En 1949, Estados Unidos y Reino Unido crean la Organización del Tratado del Atlántico Norte ‎‎(OTAN) e incorporan a ese bloque militar los Estados que habían liberado en Europa occidental, ‎además de Canadá. El objetivo de Washington y Londres no es defensivo. Se trata de preparar ‎un ataque contra la Unión Soviética, la cual responde creando el Pacto de Varsovia. ‎


En 1950, al inicio de la guerra de Corea, Estados Unidos se plantea extender el conflicto a la ‎República Democrática Alemana (RDA, llamada en Occidente «Alemania Oriental» o «Alemania ‎del Este»). Pero aquel plan exigía el rearme de la República Federal de Alemania (RFA, llamada en ‎Occidente «Alemania Occidental» o «Alemania del Oeste)», a pesar de la oposición de Francia, ‎Bélgica y Luxemburgo. Washington y Londres proponen entonces la creación de una Comunidad ‎Europea de Defensa (CED), pero fracasan ante el rechazo de los gaullistas y de los comunistas ‎franceses. ‎


Paralelamente, Washington y Londres contribuyen a la reconstrucción de Europa occidental con el ‎Plan Marshall. Pero ese plan incluye numerosas clausulas secretas, como la creación de un ‎mercado común europeo, ya que Washington trata simultáneamente de dominar Europa ‎occidental en el plano económico y de contrarrestar, en el plano político, la influencia comunista y ‎el avance del «imperialismo soviético». Las comunidades económicas europeas –y ‎posteriormente la Unión Europea– son la cara civil de la moneda estadounidense cuya cara militar ‎es la OTAN. En definitiva, más que una “administración” que reúne a los jefes de Estado y/o de ‎gobierno de los países miembros de la Unión Europea, la actual Comisión Europea es más bien la ‎interface entre esos personajes y la OTAN. Las normas europeas en áreas como el armamento y ‎la construcción, pero también en materia de equipamiento, de producción de ropa y de ‎alimentos, entre otros sectores, se deciden inicialmente en la OTAN, primero en Luxemburgo y ‎luego en Bélgica. Sólo después esas normas son enviadas a la Comisión Europea y, como último ‎paso, se aprueban en el Parlamento Europeo. ‎


En 1989, mientras se derrumbaba la Unión Soviética, el entonces presidente de Francia, Francois ‎Mitterrand, y el canciller alemán, Helmut Kohl, creen poder liberar Europa occidental del tutelaje ‎de Washington para poder competir con Estados Unidos. Las negociaciones al respecto ‎se desarrollan al mismo tiempo que el fin de la ocupación cuadripartita en Alemania (el 12 de ‎septiembre de 1990), la reunificación de Alemania (el 3 de octubre de 1990) y la disolución del ‎Pacto de Varsovia (el 1º de julio de 1991). En Europa occidental, Washington acepta el Tratado ‎de Maastricht con la condición de que ese documento reconozca la dominación militar ‎estadounidense. Los gobiernos de Europa occidental aceptan ese principio. ‎


Pero Washington no confía en el tándem Mitterrand-Kohl. Estados Unidos exige entonces que la ‎Unión Europea incorpore todos los países que habían sido miembros del Pacto de Varsovia, y ‎hasta los nuevos Estados independientes ex soviéticos. Estos últimos Estados no comparten las ‎aspiraciones de los negociadores de Maastricht. Más bien desconfían de ellos y, si bien esperan ‎deshacerse de la influencia de Rusia, tampoco quieren verse bajo la influencia alemana. ‎Resultado, los ex miembros del llamado «bloque del este» confían su defensa únicamente al ‎‎«paraguas estadounidense». ‎


En 2003, Washington aprovecha una coyuntura especialmente favorable. El gobierno del ‎socialista español Felipe González preside la Unión Europea y Javier Solana, igualmente español, ‎ocupa el cargo de Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. ‎Estados Unidos impone entonces la adopción de la «Estrategia Europea de Seguridad», copia ‎al carbón de la National Security Strategy del presidente estadounidense George W. Bush. ‎En 2016, la italiana Federica Mogherini, también desde el cargo de Alta Representante de la UE ‎para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, “actualiza” la Estrategia Europea de Seguridad. 



En 2022, en plena guerra en Ucrania, Estados Unidos –como en el momento de la guerra de ‎Corea– estima necesario el rearme de Alemania para utilizarla contra Rusia, potencia sucesora de ‎la URSS. Así que Washington transforma la Unión Europea, ahora con más precaución que ‎en tiempos de la guerra fría. Francia preside la UE y Washington pone en manos del presidente ‎francés Emmanuel Macron la llamada «Brújula Estratégica», que será finalmente adoptada ‎un mes después del inicio de la intervención rusa en Ucrania. Los miembros de la Unión Europea ‎están tan confundidos que todavía no saben con precisión si están juntos para cooperar o para ‎integrarse –muestra de lo que el estadounidense Henry Kissinger llama la «ambigüedad ‎constructiva». ‎


Ahora, en marzo de 2023, el actual Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos ‎Exteriores y Política de Seguridad, el español Josep Borrell, acaba de organizar el primer «Foro ‎Robert Schumann sobre Seguridad y Defensa». Numerosos ministros de Defensa y de Relaciones ‎Exteriores de los países miembros de la Unión Europea participaron en ese encuentro, además de ‎los Estados europeos no miembros de la UE, pero proestadounidenses. También estuvieron ‎representados a nivel ministerial países como Angola, Ghana, Mozambique, Níger, Nigeria, ‎Ruanda, Senegal, Somalia, Egipto, Chile, Perú, Georgia, Indonesia y Japón. Organizaciones ‎internacionales como la OTAN, la ASEAN, el Consejo de Cooperación del Golfo y la Unión Africana ‎también enviaron representantes y la Liga Árabe‎ estuvo representada por su secretario general. ‎


El objetivo explícito de este Foro Robert Schumann sobre Seguridad y Defensa es defender «el ‎multilateralismo y un orden internacional basado en reglas», lo cual es la fraseología elegante ‎que se utiliza en Occidente contra el proyecto ruso-chino de «mundo multipolar basado en el ‎Derecho Internacional». ‎


La Unión Europea ya utilizó la epidemia de Covid-19 para atribuirse, en el sector de la salud, ‎poderes que no están previstos en los Tratados europeos. Como expliqué al inicio de la epidemia ‎de Covid-19, el confinamiento obligatorio de la población sana no tenía precedente en la historia ‎de la medicina mundial. Esa medida fue concebida a pedido de Donald Rumsfeld –cuando este ‎era secretario de Defensa de Estados Unidos, después de haber sido director general del ‎laboratorio Gilead Science– por el doctor Richard Hatchett, convertido en director de la Coalition ‎for Epidemic Preparedness Innovations (CEPI), cargo que utilizó para promover mundialmente el ‎confinamiento de las poblaciones ante la pandemia [1]. ‎


Segun el informe clasificado que el Dr. Richard Hatchett redactó en 2005 –texto que, ‎desgraciadamente, sólo conocemos a través de las reacciones que suscitó– el confinamiento de ‎los civiles sanos en sus domicilios debía servir para determinar qué empleos podían ser objeto de ‎planes de reubicación geográfica y poder cerrar en Occidente las industrias de bienes de consumo ‎para concentrar la fuerza de trabajo en la industria de guerra en caso de conflicto. Todavía ‎no hemos llegado a eso pero, dado el hecho que la Unión Europea ya se arrogó poderes ‎no previstos en materia de salud pública, sin que los europeos rechazaran sus imposiciones, esa ‎entidad supranacional ya está reinterpretando los Tratados para convertirse en una potencia ‎militar. ‎


La semana pasada, en el marco del Foro Schumann, Borrell presentó su primer informe sobre la ‎implementación de la «Brújula Estratégica», la cual apunta a coordinar el uso en común de los ‎medios y tropas de los ejércitos nacionales de los países miembros de la UE, incluyendo los ‎servicios de inteligencia. Ya no se trata de cooperación sino de integración. ‎


El hecho es que el proyecto del presidente francés Emmanuel Macron entierra el de su predecesor, ‎el general Charles de Gaulle, defensor histórico de la soberanía de Francia junto a los comunistas ‎franceses. La «Europa de la defensa» es ahora un eslogan que apunta a poner en manos del ‎Comandante Supremo de las fuerzas de la OTAN en Europa, el general estadounidense ‎Christopher G. Cavoli, no sólo las fuerzas armadas de todos los países de la Unión Europea sino ‎incluso el control de todas las decisiones sobre su financiamiento, decisiones que hasta ahora ‎se tomaban en el seno de los parlamentos nacionales, y hasta las decisiones sobre el armamento ‎y la organización de los ejércitos nacionales, que eran prerrogativas de los gobiernos nacionales. ‎En otras palabras, la Unión Europea está organizando un ejército común sin saber quién va a ‎dirigirlo. ‎


LA RECONSTRUCCIÓN DEL EJE NAZI-NIPÓN


Cuando piensan en la Segunda Guerra Mundial, los europeos recuerdan ‎sobre todo los años 1939 y 1945. Pero el conflicto comenzó realmente en 1931, después del ‎ataque de varios generales japoneses contra los soldados chinos en Manchuria. Era la primera ‎vez que la facción militarista imponía su voluntad al poder civil nipón, tendencia que se agravó ‎meses después cuando un grupo de militares asesinó al primer ministro civil. Japón se convirtió en ‎una potencia militarista y expansionista. La liberación de Manchuria por el Ejército Rojo, ‎en 1945, no puso fin a aquella guerra. Estados Unidos lanzó sobre Japón dos bombas atómicas ‎para impedir que Tokio se rendiera a la URSS. Japón, en efecto, se rindió a los generales ‎estadounidenses, pero la lucha prosiguió hasta 1946 ya que numerosos japoneses se negaron a ‎rendirse ante los militares estadounidenses. O sea, la Segunda Guerra Mundial comenzó ‎realmente en 1931 y duró hasta 1946. Pero los europeos no lo ven así porque sólo se habló de ‎‎«Segunda Guerra Mundial» a partir del surgimiento del Eje Roma-Berlín-Tokio (el «Pacto ‎Tripartita», al que rápidamente se unieron Hungría, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania. ‎


El Eje no se basaba en los intereses –muy diferentes– de sus miembros sino en el culto de todos ‎ellos por el uso de la fuerza. Para reinstaurarlo en nuestra época hay que unir a quienes comparten ‎ese culto. ‎


Cuando Estados Unidos ocupó Japón, en 1946, se planteó inicialmente la realización de una ‎purga para apartar del poder a todos los militaristas. Pero, con el inicio de la guerra de Corea, ‎Washington decide apoyarse en Japón para luchar contra el comunismo. Así fueron suspendidos ‎todos los juicios iniciados y 55 000 altos funcionarios japoneses fueron rehabilitados. Washington ‎inició entonces el plan Dodge, equivalente del Plan Marshall implementado en Europa occidental. ‎Entre los beneficiados por aquel cambio de política estuvo Hayato Ikeda, quien se convirtió en ‎primer ministro y restauró la economía nacional. Con ayuda de la CIA, Hayato Ikeda fundó el ‎Partido Liberal Democrático. De la corriente de Ikeda saldrían posteriormente Shinzo Abe (primer ‎ministro de 2012 a 2020) y el sucesor de Abe y actual primer ministro, Fumio Kishida.‎


Ahora, Kishida acaba de viajar a Ucrania, convirtiéndose así en el primer jefe de gobierno asiático ‎que visita ese país desde el inicio de la intervención rusa. Kishida visitó una fosa común en Bucha y ‎expresó sus condolencias a las familias de las víctimas de los «crímenes rusos». La mayoría de ‎los analistas interpretan su viaje como parte de la preparación de la próxima cumbre del G7, que ‎tendrá lugar precisamente en Japón. Pero quizás sea mucho más que eso. ‎


En el comunicado final de su encuentro, Kishida y Zelenski subrayan «la inseparabilidad de la ‎seguridad euro-atlántica e indo-pacífica» y «la importancia de la paz y de la estabilidad a través ‎del estrecho de Taiwán». Para ellos no sólo se trata de defender Ucrania ante Rusia sino ‎también de defender Japón frente a China. El comunicado que emitieron contiene las bases de ‎una nueva alianza entre los nacionalistas integristas ucranianos –sucesores de los colaboradores ‎ucranianos de los nazis [2] y los sucesores del nacionalismo ‎Shōwa. La Ucrania actual es el único Estado del mundo que tiene una Constitución explícitamente ‎racista. Adoptada en 1996 y revisada en 2020, la Constitución ucraniana estipula en su ‎artículo 16 que «Preservar el patrimonio genético del pueblo ucraniano es responsabilidad del ‎Estado». Ese artículo fue redactado por Slava Stetsko, la viuda del primer ministro nazi ucraniano ‎y colaborador del III Reich, Yaroslav Stetsko.‎


La Constitución japonesa, por el contrario, renuncia a la guerra en su artículo 9. Pero Shinzo Abe y ‎Fumio Kishida ya iniciaron la lucha por la abrogación de ese artículo, que aún impide al gobierno ‎de Japón –por ejemplo– el envío de material militar letal a otros países. El gobierno de Kishima ‎se ha visto así obligado a limitarse al envío de 7 100 millones de dólares en ayuda humanitaria y ‎financiera a Kiev. Esta semana Kishida anunció el envío de material militar no letal por un valor ‎ascendente a 30 millones de dólares. ‎


La remilitarización de Japón cuenta con el respaldo de Washington, que ya se unió al bando de los ‎pronazis al apoyar a Kiev. El embajador de Estados Unidos en Tokio, Rahm Emmanuel, escribió ‎en Twitter: «El primer ministro Kishida efectúa una visita histórica en Ucrania para proteger al ‎pueblo ucraniano y promover los valores universales inscritos en la Carta de las Naciones Unidas (…) ‎A unos 900 kilómetros de allí, una asociación diferente y más nefasta toma forma en Moscú», ‎clara alusión al encuentro entre el presidente chino Xi y el presidente ruso Putin. ‎


Por su parte, el vocero del ministerio chino de Relaciones Exteriores, Wang Weibin, prefirió ‎mostrar optimismo al expresar su esperanza de «que Japón hará presión por un apaciguamiento ‎de la situación y no lo contrario». ‎


Mientras tanto, Rusia envió dos bombarderos estratégicos a sobrevolar el Mar de Japón durante ‎unas 7 horas. ‎

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