Condenaron a tres militares por torturas
Condenaron a tres militares por torturas contra 39 adolescentes en abril de 1975
LA DIARIA | Pablo Manuel Méndez
La jueza letrada de primer turno de Treinta y Tres, María Eugenia Mier, condenó a los militares retirados Juan Luis Álvez, Héctor Rombys y Mohacir Leite en la causa que investiga violaciones a los derechos humanos contra 39 adolescentes en el batallón de Infantería 10 de Treinta y Tres, en abril de 1975.
Mier condenó a los tres militares por los delitos de abuso de autoridad contra detenidos, lesiones graves y privación de libertad. Rombys, que era el juez sumariante y fue identificado por varias de las víctimas como torturador, fue condenado a 12 años de penitenciaría; Álvez, que era el enlace de inteligencia de la unidad y el encargado de los interrogatorios, a 11 años; y Leite, un alférez que fue identificado en las detenciones y en interrogatorios con tortura en la unidad militar, a ocho años.
Entre el 12 y el 15 de abril de 1975 los militares detuvieron a 39 adolescentes pertenecientes a la Unión de Juventudes Comunistas (UJC), en su mayoría estudiantes del liceo 1 de Treinta y Tres, que tenían entre 13 y 19 años. Los adolescentes fueron secuestrados en sus casas con órdenes de la Justicia militar y retenidos durante 20 días bajo torturas que incluyeron plantones, golpes, submarino, quemaduras, descargas eléctricas y, en el caso de las mujeres, fueron víctimas de tocamientos. La Justicia militar les quitó la patria potestad a los padres e impidió a los adolescentes continuar con sus estudios.
“Sentía a mi hermana de 13 años llorar y llamar a mi mamá”
La mayoría permaneció varios días de plantón al llegar a la unidad militar. “Me tomaron los datos y me trajeron una capucha llena de sangre, se ve que habían lastimado a otra persona con esa capucha. Y se ve que me sacaron al patio al plantón, había muchos lamentos, gritos y llantos y gente a la cual le pegaban”, declaró Jesús Cenández, que tenía 14 años cuando fue secuestrado por los militares.
“Me dijeron que extendiera las manos, lo hice y me pusieron un líquido e inmediatamente después sentí que me ardía, me pusieron alcohol y me prendieron fuego y apagaron enseguida. Y me sacaron para el plantón, declaró otra de las víctimas.
Alicia Fernández, de 17 años, fue detenida en su casa junto a sus hermanos Susana, de 13 años, y Mario, de 19. “Sentía a mi hermana de 13 años llorar y llamar a mi mamá. Después de muchas horas se te caían los brazos o te querías acomodar, pero siempre había alguien mirando y venía y te pegaba, no te dejaban hacer nada. Después de varias horas, llegaba la noche y seguíamos ahí. Sentía ruido, gente llorando, gritos de los que les pegaban. A mí me quedó todo negro en la espalda y los costados de los golpes”.
La visita del Goyo Álvarez
Las víctimas coinciden en que la tortura recrudeció en la noche del 18 de abril de 1975, con la visita a la unidad militar del entonces jefe de la Región 4, Gregorio Álvarez, quien llegó acompañado por el capitán Pedro Buzzo, identificado por varios adolescentes durante los interrogatorios.
“La noche previa al 19 de abril comenzaron a sacar compañeros en tandas y volvían destrozados. Había venido al cuartel Gregorio Álvarez con una comitiva para celebrar el 19 de abril; entre ellos estaba Pedro Buzzo, un torturador especializado. A mí no me torturaron, pero a otros compañeros, sí”, declaró Marisa Fleitas, que tenía 13 años cuando fue secuestrada en su casa junto a su hermana Alicia, de 15.
“Yo cumplo años el 19 de abril y la noche antes fue la noche que nos torturaron más salvajemente, más a lo bestia; me colgaron con las manos atadas para atrás y de ahí me engancharon y me subieron hasta que los hombros se me dieron vuelta para atrás y me subieron, quedé en el aire, sacudiéndome, y ahí quedé rato mientras sentía los gritos de otros que se ve que torturaban. Me tiraron en el piso luego de un rato y me colgaron de los pies y me metieron en un tacho con agua con capucha de lona que al llenarse de agua, mantenía el agua, y tenía que esperar que el agua bajara para poder respirar, me lo hicieron dos o tres veces y trague inmundicia varias veces”, contó a la jueza Ramón Nacimiento, que tenía 19 años cuando fue detenido en su casa.
Las mentiras publicadas en contra de las víctimas
Ninguno de los militares condenados en la causa supo decir qué habían hecho los adolescentes torturados, pero coincidieron en que las detenciones surgieron de una orden de la División de Ejército 4, que les dio una lista con adolescentes integrantes de la UJC a raíz de una reunión en el balneario La Esmeralda. Luego de que fueran detenidos, la dictadura emitió un comunicado de prensa firmado por el comandante en jefe, en el que decía que los jóvenes militantes habían participado en un campamento en el que se hacían orgías.
“No tengo idea de por qué lo hicieron, es una forma de actuar psicológicamente sobre la población, están mostrando un núcleo de integrantes de un partido que hacen tales cosas, cuando nosotros lo vimos no entendíamos cuál era la finalidad”, declaró Álvez, el S2 de la unidad, que admitió la falsedad de la información y negó haber participado en la redacción del comunicado.
Hoy se hizo justicia
Estremecedor testimonio sobre la dictadura uruguaya: "Nos destruyeron la vida"
39 adolescentes y niños fueron secuestrados, y torturados por la dictadura en abril de 1975
Por Victoria Camboni-12 de abril de 2022
Pasaron más de 40 años desde que a Marisa y a sus hermanas las secuestró el Estado. En abril de 1975, en el departamento de Treinta y Tres, 25 niñas, niños y adolescentes, fueron víctimas del patoterismo terrorista de una maquinaria de muerte, que utilizó el gobierno para quebrar a una juventud efervescente y militante por la justicia social, con ideas de libertad e igualdad. En total fueron 39 personas detenidas, reprimidas, y toda la historia que lamentablemente y terriblemente, sabemos ya de memoria, pero que las autoridades de este país -legisladores, ministros, presidentes y toda la mar en coche- parece que faltaron a clase. Es como si tuvieran una conciencia distinta, como una visión de la realidad totalmente divergente; como si esas personas estuvieran observando las calles desde un búnker que hasta ahora ha sido prácticamente inaccesible. Entiéndase las calles como el pueblo, y el búnker, como su realidad de privilegios e impunidad, que al fin y al cabo es una realidad ficticia, fabricada y también, armada.
Más de 40 años pasaron para que Marisa Fleitas se animara a hablar. Fue durísimo para una niña de apenas 13 años enfrentar el pánico de ver que se llevaban a su madre, a su hermana, y luego a ella misma, como si fuera una criminal. Como si esas 25 niñas y niños fueran mucho peor que presos de alta peligrosidad. Como si fueran jefes de mafia, terroristas, o peor, botines de una guerra que nunca existió.
Hace algún tiempo tuvimos el privilegio de ser recibidos por Marisa. Con confianza nos abrió las puertas de su casa y nos habló de su historia personal, que al fin de cuentas es la historia de un vínculo entre los gobernantes y el pueblo, y de una época que aún permanece intacta, callada, silenciada, y dolorosa, muy dolorosa. E impune, muy impune.
Hoy se cumplen 47 años del día que se desató la represión en la ciudad de Treinta y Tres, motivo por el cual lanzamos esta publicación especial, para hacer honor a la verdad, y contribuir de alguna manera a la conciencia de los hechos, y a que la denuncia se esparza y haga eco en quienes tiene que hacer eco.
-¿Qué estaba pasando en aquel momento cuando tenías 13 años y fuiste llevada por los militares? ¿Cómo fue la situación, dónde estabas vos, qué estabas haciendo?
“Nosotros éramos una familia de seis hermanos, cuatro hermanas y dos hermanos más chiquitos, que son de los seis los dos varones que no fueron presos porque eran unos niños chiquitos. Después éramos cuatro hermanas que estábamos entre los 13 y los 18 años. La de 13 años era yo, que nos llevaron presas”, comienza el relato Marisa.
“Fue en la ciudad de Treinta y Tres, en abril de 1975. El 12 de abril se desata la represión. Fue en el marco de la operación Morgan, que era la operación planificada por la dictadura para hacer desaparecer del mapa al Partido Comunista. Nosotros pertenecíamos a la UJC, yo hacía unos meses que me había afiliado. Éramos todos jóvenes que vivíamos en un pueblo del interior. Íbamos al liceo, íbamos a la playa, al río Olimar; salían a bailar -yo no salía a bailar porque era muy chiquita todavía-. Había un solo liceo en Treinta y Tres, una sola UTU, por lo tanto, nos conocíamos todos”.
“Yo iba al liceo con Patricia Lete, la hija del subjefe del Ejército, José María Lete. Muchas veces veíamos parar el jeep de los milicos en la puerta de casa -nos asustábamos-, y era que venía Patricia a buscarme. A veces iba el jeep a buscar a Patricia al liceo; me ofrecían para traerme, pero yo nunca quise subirme. Decía ‘no, yo me voy caminando’”.
-¿Ustedes dónde estaban, o en qué contexto estaban en el momento que se desató todo?
“En el momento que me fueron a buscar estábamos en mi casa terminando de almorzar. Mi casa siempre fue muy abierta al vecindario; mis amigos, mis vecinos, mis tías, mis primos, los compañeros, entraban y salían a casa sin límite. Siempre después de almorzar había una sobremesa, y venían a tomar el té, café. Después de almorzar nos quedábamos largas horas charlando, hablando de política, de sexo, de lo que surgiera. Ese día estábamos con unas vecinas charlando, tomando un café de sobremesa, con mamá y mis hermanas. Mi papá no estaba. De repente una de las compañeras, que cayó también presa -no ahí, después la fueron a buscar a la casa-, que le decíamos la Mina, se paró, miró por la ventana y dijo: ‘¡Los milicos!’. Se fueron dos de mis hermanas, las más grandes, y nos quedamos mamá, Alicia. Mis hermanas más grandes y mis hermanitos chiquitos se fueron por la puerta del fondo de la casa. Golpearon la puerta, preguntaban por nosotros. Se presentó el capitán Juan Luis Álvez, y ahí empezó el allanamiento”.
“Entró medio cuerpo de oficiales, la mayoría eran oficiales. Juan Luis Álvez, Juan Cruz que era el jefe del Ejército, y otros oficiales, vinieron a mi casa, rompieron todo, picaron pisos, dieron vuelta todo, allanaron. Buscaron ‘la carta’, que era el órgano oficial del Partido Comunista, un boletincito que se distribuía en forma clandestina, en planograff, y se distribuía con los militantes. Ellos buscaban la carta, porque sabían que estaba en casa. Ahí se llevaron primero a mamá y a Alicia, mi hermana, entonces una de mis tías que vio cómo se la llevaban le avisó a mi hermana mayor, Carmen, que se habían llevado a mamá y que estaban preguntando por ella, entonces Carmen volvió porque pensó que por culpa de ella se habían llevado a mamá”.
“A mí me llevaron después con Carmen, mi hermana; me subieron en un jeep. Los oficiales siguieron revolviendo ahí en casa, esperando que volviera Mabel, mi otra hermana. A nosotros cuando nos llevaron al cuartel, ahí empieza lo que el miércoles 28 de julio (de 2021) fuimos a reconstruir”.
“Fuimos detenidos en el Batallón de Infantería n°10, y ahí empieza todo lo que nos pasó adentro del cuartel; capucha, tortura… a mis compañeros y a mis compañeros y a mis hermanas fue tortura, tortura, de picana, submarino, golpes, colgadas. A mí fue plantón, golpes, capucha, desnudarte y tortura psicológica. Por ejemplo, en la madrugada de ese mismo día me sacaron la capucha, me sentaron delante de una habitación, y yo vi la gente colgada en la plaza de armas, pero no me hicieron como le llamamos en la jerga ‘máquina’, que era la tortura”.
-Por la edad...
“Y sí, tenía 13 años”.
--Es mucha vivencia fuerte. ¿Cuántos días estuviste?
“Yo estuve un mes. Mis hermanas, las de 15 y 17 años, fueron traídas acá al Consejo del Niño. A los menores que quedaron los trajeron para el Consejo del Niño, a los varones al Álvarez Cortés que es el de Malvín Norte, y a las chiquilinas, al hogar Yaguarón. Ahí estuvieron ellas durante siete meses. Carmen quedó ahí, yo la iba a visitar al cuartel. Después de haber salido tenía que ir a visitar a mi hermana, al mismo lugar donde tuve esa primera madrugada que veía a la gente colgada. En ese lugar era la visita, ahí tenía que prepararle el bolso con la fruta, queso y dulce (lo que permitían entrar) e ir con mi madre a visitar a mi hermana una vez por semana”.
“A mamá la liberaron enseguida, a los dos o tres días. Le habían puesto un cartel con piola y un cartón que decía ‘madre de las Fleitas’, y a la madre de otras compañeras, ‘madre de las Pertui’. Fueron las dos madres que estuvieron, porque de los otros compañeros no llevaron a los padres. Que yo recuerde, las dos madres que fueron llevadas, fueron mamá y la madre de las Partui”.
“Ese día fueron detenidas 39 personas, los cuales 25 éramos menores de edad. Fuimos todos tratados, torturados y considerados como adultos. En el momento que se nos aplica tortura y se nos tiene detenidos en una dependencia militar, se están violando los derechos del niño y del adolescente, y nuestra causa es igual a la de los adultos. Hasta el día de hoy que no se ha hecho justicia, nuestra causa sigue violando los derechos del niño y del adolescente en el Uruguay. El Estado uruguayo sigue violando eso, hasta el día que no se haga justicia sobre esa causa donde fuimos tratados y condenados como adultos, jóvenes que no habíamos hecho nada más que luchar por la democracia y pertenecer a una organización que hasta el momento había sido ilegal, hasta después del golpe fue ilegal”.
-Tú relatas que nunca se hizo justicia sobre un tema de que ustedes eran menores. En la causa, en la denuncia, ¿se puntualiza sobre este tema?
“Nosotros presentamos denuncia en octubre de 2011, patrocinados por un abogado que lo puso el Frente Amplio, porque nosotros nunca hemos tenido dinero para ser patrocinados. En una de las veces que vino la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que yo fui a hacer la denuncia en la Corte, me dijeron que eso había que llevarlo a los tribunales internacionales, pero nosotros no tenemos quién nos patrocine porque no tenemos plata para pagar esas cosas, esos viáticos, esos honorarios, no tenemos. Y no hay en el Uruguay más que el Observatorio Luz Ibarburu, que es sostenido por el PIT-CNT, por los trabajadores uruguayos; no tenemos más que eso para que nos defiendan, y algún abogado que de repente quiera tener la bondad de ayudarnos, pero siempre igual algo hay que pagarles a ellos. Hay un montón de costos que tienen que cubrir. Yo de repente sí tengo posibilidades, en este momento no, cuando trabajaba podía poner equis cantidad de dinero, pero hay y compañeros y compañeras que vivieron siempre en la pobreza y han vivido hasta el día de hoy”.
“A nosotros, otra de las cosas que se nos hizo fue prohibirnos estudiar. Se nos quitó el derecho a estudiar. No podíamos pisar ninguna institución de educación, así fueran clubes deportivos, escuelas, UTU, liceos privados o públicos”.
-¿En qué calidad tenían esa prohibición?
“La suspensión... se aplicaba la ley de enseñanza, la que creó Sanguinetti. A mí me levantaron la sanción en el 77, hubo otros compañeros que no, que quedaron presos, como mi hermana Carmen, por ejemplo; estuvo cinco años y medio presa, ahí perdió la posibilidad de estudiar. Ellos después salían y estaban con libertad vigilada y no podían volver a estudiar en esas condiciones”.
-Tú comentabas que el tema económico les obstruyó un montón para poder hacer denuncias. ¿Consideras que tiene que ver con la demora de haber presentado juicio?
“No, la demora es la impunidad. En el 2011 se aplicó una cláusula. Fue un período donde sí pudimos presentar la denuncia nosotros, ya casi en el límite de donde terminaba ese período. Logramos juntarnos 20 para firmar la denuncia, porque hasta el día de hoy hay gente que no se anima a hablar. De mis hermanas somos dos que pudimos… la otra que estuvo denunciando siempre conmigo, pero al reconocimiento del cuartel no pudo ir, no se sintió con fuerzas para ir. Y hay compañeros que no pueden hablar, ¡no pueden! Es imposible”.
-Vos rompiste ese miedo…
“Sí, yo lo rompí, pero no quiere decir que cada vez me cuesta más”.
-¿Cuándo fue la reconstrucción?
“El miércoles (28 de julio de 2021). Y la denuncia fue presentada el 30 de octubre del 2011. Ahí fuimos con nuestro abogado patrocinador”.
-El abogado de ustedes, ¿quién es?
“En ese momento era Di Giacomo, ahora quien nos patrocina es del Observatorio Luz Ibarburu, que es Pablo Chargoñia, y Di Cesare, que es un abogado joven que trabaja adjunto con Chargoñia. Di Giacomo en un momento renunció porque no podía seguir con la causa. Después estuvimos un tiempo sin patrocinadores, y ahora…”.
-¿En qué estado está ahora la causa?
“Con esto se movió, y ahora está en la parte del reconocimiento por parte de las víctimas, del reconocimiento del lugar. Ellos están citando permanentemente a los acusados. Ellos apelan por inconstitucionalidad y no se presentan. Tienen 80 años la mayoría o más. Hay dos que ya murieron que yo me haya enterado, hay otro que no se sabe absolutamente nada de él, nada; nadie sabe nada. No sé si es Bravo o Garmendia. Después más o menos algunos saben dónde viven… Yo no sé nada de nadie, solamente sé que dos de nuestro caso, Mohacir Leites -fue jefe de la delegación uruguaya de Cascos Azules, en un momento fue votado por el Parlamento- y otro es Wellingon Sarli que está en Chile detenido por el caso Berríos. Ellos eran alférez en ese momento, pero de los peores torturadores fueron ellos… de las cosas más espantosas que les hicieron a los compañeros, varones, sobre todo, fueron esos dos. Tremendos”.
-Del resto, ¿están libres todos o alguno más está cumpliendo alguna condena?
“Hay uno que fue el 19… nosotros caímos el 12 de abril, toda esa semana nos torturaban… después nos llevaron a un lugar que ellos le decían ‘La cuadra’, que era como una gran habitación con tarimas, donde ponían los colchones y nos acostaban, pero el 19 de abril que iba a haber un desfile enorme con los niños de la escuela y el Ejército, que incluso mi madre y la madre de las compañeras que eran maestras tuvieron que desfilar… Nosotros estábamos todos adentro del cuartel. Ese día, el 18, fue especialmente Gregorio Álvarez a Treinta y Tres con un torturador monstruoso, Pedro Buzo, y esa noche fue espantosa. Horrible. Ahí sacaron a los compañeros, compañeras, de vuelta. A lo largo de toda la noche y del día estuvieron sacándolos en grupos y volvían -a mí no me sacaron esa noche-, y volvían… destruidos”.
-Los sacaban para torturarlos…
“Los llevaban… y ahí fue Pedro Buzo, era un monstruo. Yo cuento (sobre él, lo recuerdo) con unas botas así por afuera, la camisa remangada, todo enchastrado en sangre, y ahí los agarraba… los destruía… espantoso. Y yo los veía volver. A Carmen la ví volver… me acuerdo hasta cómo estaba vestida. A los varones los veía volver, como yo decía el otro día en la reconstrucción, me preguntaban, ‘¿y usted cómo sabía que ahí estaban los varones?’, yo les decía que detrás del muro (hay un muro alto, pero en esa época el muro era más bajo, y se les veía las caras). Les dije, los veía. En la reconstrucción, en cada lugar que estaba reconociendo, daba los nombres de los que yo sabía que habían estado ahí, que habían visitado la cuadra, que alguno había hablado conmigo -de los oficiales-. En esa parte fue donde conté lo del Goyo (Gregorio Álvarez, ndr) y Pedro Buzó, y en el estado que volvían los compañeros”.
-¿El Goyo torturó también allí?
“Creo que no, no sé. No tengo ningún compañero con el que haya hablado… El tema es que después muchos de nosotros nunca más nos vimos. Porque otro de los problemas que sufrimos fue el desarraigo. Los que quedamos ahí… por ejemplo a mi… Alrededor de mi casa siempre había militares, siempre había milicos atrás de los muros, atrás de las puertas, atrás de las ventanas, escuchando. Después de haber salido. Y cuando iba al cuartel a visitar a mi hermana, tenía a un milico siguiéndome. Eso fue una cosa sistemática en la dictadura. Te seguían. Permanentemente te seguían. Existía el seguimiento permanente. No podíamos trabajar, no podíamos estudiar, no podíamos hacer nada”.
-¿Cuánto tiempo te siguieron?
“Yo me vine en octubre del 76 a Montevideo. Mi madre estaba destituida, que era maestra. Mi padre estaba sin trabajo, trabajaba en trabajos zafrales en el campo, no lo veíamos prácticamente; aparte él era colorado, él era de los que apoyaban la dictadura. Los colorados y los blancos apoyaron la dictadura en este país. El golpe de Estado, la mayoría de ellos lo apoyaron. Después de todo eso siempre los siguió votando, creo que hasta que votó a Tabaré (Vázquez) por primera vez, pero siempre siguió siendo colorado. Como no teníamos de que vivir, yo me vine a trabajar. Tenía 17 años cuando vine a vivir acá, sola. Porque aparte mi hermana Carmen estaba en el penal de Punta Rieles y había que visitarla. No teníamos plata para venir a todas las visitas. Veníamos cada 15 días, o una vez por mes, pero nos íbamos turnando. Yo veía a mi hermana cada tres meses. Entonces vine a una visita a Carmen y ya no quise volver. Le pregunté a mamá si me dejaba, y me quedé. Ahí empecé a vivir como pude, trabajando en fábricas de calzado, quedándome en la casa de una de mis primas que también había estado presa. Y así fuimos reconstruyendo nuestras vidas, algunos pudimos reconstruirlas y vivir dignamente de un sueldo un poco más digno, pero hay otra gente que no pudo, que no logró salir adelante. Yo volví a estudiar cuando me levantaron la suspensión, como pude trabajando y estudiando en el mismo turno terminé secundaria. Después cuando cayó el socialismo, que ahí dejé de militar, empecé la facultad. Hice tres años de facultad, pero después tuve a mi hija y no pude seguir”.
-¿Qué habías estudiado?
“Relaciones internacionales. Mi proyecto era ser diplomática, pero con un niño, yo sé la vida de los hijos de los diplomáticos, y entonces dejé. No quería someterla a ella a eso”.
-¿Cómo convivís con todo lo que viviste?
“Durante veinte y pico de años yo conviví con lo que me sucedió como asumiendo que eso le pasaba a cualquier revolucionario, que si vos eras revolucionario y querías cambiar el sistema como queremos los comunistas, sabíamos que corríamos el riesgo de que nos sucediera lo que nos sucedió; y mucho más luchando contra una dictadura, contra el fascismo. Nosotros sabemos la historia de los nazis y de los fascistas, y a todos los que se les resistieron, y a los que no se les resistieron, como los judíos, les pasó. Yo asumía que eso me había sucedido porque yo era una revolucionaria. Siempre conviví con eso como una fortaleza. Pero cuando yo empecé a ver criarse a mi hija, y cuando mi hija llegó a la edad que yo tenía cuando me pasó, ahí me di cuenta que era monstruoso lo que nos habían hecho. Yo la miraba, la miraba bailando, la miraba jugando, la miraba con las amigas en el liceo, y lo que era la vida de una adolescente normal, y ahí me di cuenta de lo que nos habían destruido. Nos destruyeron la vida. Porque además junto con eso que nos pasó, ellos elaboraron un comunicado monstruoso, que está en el libro de Mauricio Almada, que decía que el Marxismo como destrucción… Fue publicado en el diario El País y en el diario La Mañana, donde se nos acusaba… decía que se nos había detenido en un campamento, donde había competencias sexuales, orgías y que éramos drogadictos y que éramos pervertidos. Vos imagínate, en un pueblo del interior, en aquella época… a mí había unos que me gritaban… Yo tenía un novio blanco, Manuel, viste esa gente que no se compromete con nada, solo el fútbol. Pero ta, ese era mi novio. Y cuando yo iba con Manuel por la calle, había unos que gritaban, ‘ehh, la novia de Manuel está podrida’, porque lo otro que habían dicho era que teníamos sífilis. Nos realizaron tacto a todas, yo tenía 13 años… tacto vaginal, en el cuartel. Eso lo hicieron para que la tropa creyera lo que estaban diciendo. Porque claro, la tropa eran chiquilines que se habían criado con nosotros. En mi barrio no tanto, no había tantos soldados. Pero en el mismo barrio del cuartel, en otros barrios más humildes, donde vive generalmente el soldado de tropa, había compañeros, compañeras, que vivían ahí”.
“Ellos no solamente nos hicieron tacto para revisar que supuestamente estábamos todas infectadas de sífilis… porque aparte en aquella época decir ‘sífilis’ era como decir hace unos años, sida. Sifilítico era un insulto. A la mayoría les aplicaron penicilina. Aparte de todo lo que los habían torturado, estar destrozados físicamente, mal alimentados, sin comer durante semanas, que te apliquen penicilina… el estado en que queda tu organismo… no caminaban, arrastraban las piernas. A mí no me dieron. Pero a la mayoría de los menores que estaban ahí, los menores, todos”.
“No solamente en nuestro pueblo fuimos señalados con el dedo de subversivos, porque además a nosotros nos pusieron al nivel del MLN. El MLN era una fuerza revolucionaria armada, y nos catalogaron en el mismo nivel de una fuerza revolucionaria armada. Entonces no solamente éramos vistos como los subversivos, los que queríamos destruir las instituciones democráticas, sino que además moralmente nos destruyeron. La gente no solamente nos veía como comunistas, sino que, no te acerques porque es sifilítica… no vayas a la casa… Yo no tuve ninguna amiga más, solo una vecina, Yanina, que murió de cáncer hace unos años -los padres no eran ni de izquierda-, fue la única amiga que siguió viniendo a mi casa. Son esas cosas que también vos en la dictadura, también aprendes que no solamente tenías que ser de la misma ideología para ser una buena persona, porque la verdad que los padres de Yanina dieron un ejemplo. A ella no le prohibieron andar conmigo, pero además la dejaban venir a casa. Mi casa era como la mancha negra del vecindario, sin embargo, ella siguió siempre siendo mi amiga. Mi única amiga, no tuve ninguna amiga más durante todo eso. Después me vine a vivir acá y ahí fue el desarraigo absoluto. Es una generación que hoy somos de 60… yo prácticamente no tengo amigas de Treinta y Tres”.
“Acá reconstruí todo como pude, porque también era muy anormal la vida del expreso político de dictadura. Era muy perseguido. Cuando volvías a estudiar, como yo, ya no volví con mi generación, volví como tres generaciones más adelante. Yo tenía 13 y estaba haciendo segundo de liceo. Yo volví a segundo de liceo con 18 años. Yo ya tenía la edad de estar haciendo facultad prácticamente. Como estudiaba en el nocturno, en segundo año lo hice en un vespertino, de 4 a 8, pero después empecé a trabajar todo el día y tenía que estudiar de noche. Ahí tuve gente más de mi edad, como más similar de mi edad. Pero yo no podía decir lo que a mí me había pasado. No podías contarle a todo el mundo que eras comunista”.
“Después cuando empezabas a militar otra vez en forma clandestina, menos podías dar datos de tu vida. No tenían que conocerte mucho. Fue una vida muy anormal. Por ejemplo, en la famosa noche de la nostalgia, que escuchan la música de esa época, yo la odio a la noche de la nostalgia. Nunca salí una noche de la nostalgia, porque para mí la nostalgia sería tener eso como nostalgia. Yo no tengo ninguna nostalgia de eso, al contrario; los mejores años de mi vida los viví después que cayó la dictadura, en estos 15 años del gobierno del Frente Amplio. No tengo ninguna nostalgia de esa época. Entonces toda la música que pasan, yo no la puedo ni ver a la música esa”.
“No solamente te destruyeron desde el punto de vista de la vida, desde el punto de vista físico, también hasta lo emocional te trastoca. Decir que fuimos resilientes, por nuestra propia convicción de construir un mundo mejor, nosotros seguimos luchando por construir una vida mejor. Entonces en medio de todo eso, la militancia partidaria, la solidaridad, el compañerismo, eso nos fortaleció muchísimo”.
“A mí me cuesta integrarme a grupos nuevos. Yo trabajé durante 28 años en el sindicato de la construcción como administrativa. Para mí, durante todos esos años, si bien a mí ellos me pagaban un sueldo para administrarles el dinero, también era un compromiso revolucionario, porque manejar el dinero de los trabajadores es un compromiso revolucionario”.
-Hablando de dinero, hablabas del tema económico vinculado a la dictadura.
“Las dictaduras en todo el Cono Sur están respaldadas por los grandes poderes económicos que utilizan al ejército como su brazo que defiende a sus intereses económicos. Ante el avance de la izquierda, de los movimientos revolucionarios en América Latina, la revolución cubana, ellos ven amenazados sus intereses y ahí es que se dan los distintos golpes de Estado. Detrás de lo que fue el golpe militar están los intereses económicos que hasta el día de hoy siguen respaldando a los militares. No en vano Manini tiene el patrimonio que tiene. Y ellos cada vez que ven amenazados sus patrimonios, se abroquelan, como hoy que tienen una coalición de gobierno entre los diferentes partidos”.
“Detrás de esos militares, de esos políticos hay grandes empresarios, los grandes medios de comunicación, los grandes terratenientes. Pero además no solamente torturaron, ellos también robaron. A los que se llevaban presos, les robaban todo, absolutamente todo. Pero además no solamente les robaban a los que se llevaban presos, ellos robaron el país. Ellos dejaron vacío el Uruguay; lo dejaron con una deuda externa monstruosa, que hasta el día de hoy la padecemos desde el punto de vista de la pobreza en nuestro país. No en vano, Gavazzo era dueño de empresas y hasta se le descubrió en un momento una fábrica de dinero falso que tenía allá en la Comercial. Yo nunca me he puesto a investigar lo que son los capitales de ellos, pero es evidente que son dueños de grandes empresas y de grandes estancias en este país”.
” Cuando presentamos la denuncia, que fuimos los veinte, que presentamos la denuncia en el 2011, en el juzgado de Treinta y Tres ante la jueza Sandra Fleitas. Al poco tiempo la sacaron a ella. No es familiar nuestro, en Treinta y Tres hay muchos Fleitas. El proceso fue así: armamos la denuncia, la redactaron los abogados, las personas que estaban dispuestas a denunciar firmamos la denuncia y la presentamos en el juzgado de Treinta y Tres en ese momento. Y después eras convocado por la jueza para hacerte la entrevista donde ibas a denunciar, lo que no habías hecho durante toda tu vida. Es muy diferente contarle a un periodista como a ustedes, o en un programa de televisión; primero que tenés muy poco tiempo, tenés que ser muy sintético, y generalmente lo hacíamos de a tres, siempre éramos dos o tres los que estábamos denunciando, declarando, contando, pero otra cosa es cuando vos te enfrentas al juez, en este caso la jueza, y tenés que contar todo tal cual fue, porque la jueza no la podes cuidar de no lastimar emocionalmente. Te tenés que sacar todos tus pudores, tenés que contar las cosas como fueron. Eso es como vivirlo nuevamente. Fue durísimo”.
“Nosotros no tuvimos ningún tipo de contención de nada. Fuimos, hicimos la denuncia, después comenzaron a citar. ‘Te toca a vos’, sí, me voy mañana. Allí íbamos al juzgado”.
“No hay en el Uruguay, y si hay nosotros no lo conocemos, ninguna institución, organismo, ONG, que trabaje en la contención de las víctimas de la dictadura. De eso yo me he dado cuenta ahora, que no sucede, que las víctimas no solamente fuimos víctimas del fascismo, de la tortura, sino que nos estamos revictimizando permanentemente, cada vez que tenemos que contar lo que nos pasó. Y el día que vamos a la justicia, es horrible, y no tenés ningún tipo de contención. No hay un médico, ni un psicólogo, un psiquiatra, un asistente social, nadie que te prepare para eso. Y no hay ni siquiera un historiador o profesor de historia que te ayude a ordenar el relato de tal manera que sea organizado. Es toda una cosa que se te atropella, se te atropella… Y son 43 años de vida, además. Y eso se va mechando con la experiencia de cómo vos fuiste reconstruyendo y llevando sobre tus hombros todo eso que llevaste durante tanto tiempo”.
“Una de las sensaciones que te queda es que cuando estás ahí, volvés a ser la niña de 15 años. No sos Marisa con 50, como tenía yo en ese momento, que hace justamente 10 años ahora. No, era Marisa de 13, como me pasó el otro día. No era Marisa con 60 años, que estaba entrando al cuartel; era Marisa de 13 que volvía a entrar ahí”.
-Cuando fuiste al cuartel tuviste que hacer el paso a paso con la Justicia…
“Claro. Nosotros presentamos esa denuncia. Fuimos yendo de a uno, íbamos hablando con la jueza. Cada uno se volvía para su casa como podía. Siempre podes un tener familiar, un amigo, un hermano que te espera, que te va a buscar, que te contiene, pero no es lo mismo. Yo si iba mi hermano el de Treinta y Tres a acompañarme, no iba a salir y abrazarme a llorar con él, porque no lo voy a lastimar a mi hermano. Siempre te estás cuidando de no lastimar al otro. No tenés contención de ningún tipo. Y ahora lo vuelvo a experimentar cuando fuimos a hacer el reconocimiento. Estaba la jueza, la adjunta del fiscal de Lesa Humanidad, la actuaria -la mujer escribiente del juzgado-, dos policías de la científica, el defensor patrocinante nuestro y el defensor de los militares”.
“El abogado de los militares representaba a un estudio, y se llamaba Santiago López, un chiquilín jovencito, flaquito, así como un palito, que yo creo que nunca había escuchado lo que escuchó. ¿Sabes lo que me preguntó? ‘¿Y dónde comían?’. Primero, yo no sé si el abogado de los milicos tenía por qué preguntarnos nada, pero bueno. Para mí era un chiquilín. ¡No comíamos! ‘¿Y dónde quedaba el baño?’, yo qué sé, yo sé que la noche esa que pedí para ir al baño me llevaron, nos hacían hacer trencito en fila india, agarrados unos de otros. Me trajeron a un lugar que había una letrina, y una compañera que estaba al lado mío en el baño me dijo, ‘no pidas más para venir al baño, porque en el baño te pegan’. A mí no me pegaron en ese momento, pero se ve que cuando pedías… Entonces no ibas al baño”.
“Los ojos del chiquilín eran como un semáforo. Yo creo que nunca se imaginó lo que iba a vivir ahí adentro. Y todavía granizaba, llovía con viento. No sabés lo que fue estar ahí adentro”.
“Dos cosas quiero que queden marcadas, ese es el tema. Nuestra causa es una causa de violación de los derechos del niño y del adolescente. Aparte de ser un delito de lesa humanidad, y aparte de ser por parte del Estado una violación a los derechos humanos, es una violación de los derechos que se perpetúa a lo largo de la historia, mientras exista la impunidad sobre esta causa. Porque a nosotros nunca el Estado nos pidió perdón. El Estado uruguayo, porque yo no estoy hablando de que los militares pidan perdón. El Estado uruguayo. No a mí, a los niños en la causa. La causa nuestra es eso, pero hay muchos niños que fueron víctimas de la dictadura, así como fue Macarena, los hijos de los desaparecidos, los niños como los Tassino que se llevaron a los dos padres y ellos quedaron solos toda la madrugada en la casa. Pero no hay por parte del Estado uruguayo nada, porque no es reparación material, que creo que tenemos derecho los niños de esa época; la reparación por parte del Estado de todo el daño que le hicieron a los niños, y en nuestra causa que fuimos víctimas de lo que fuimos. Yo creo que eso se perpetúa, la violación de los derechos del niño por parte del Estado, porque hay violaciones a los derechos del niño permanentemente en el Uruguay, pero terrorismo de Estado aplicado al menor y al adolescente, no está reparado. La ley de impunidad también protege eso. Y Manini también protege eso, y García también protege eso. Todos los que tienen cargo de poder, el Poder Judicial uruguayo, la Suprema Corte de Justicia, protegen a quienes violaron, no solamente los derechos humanos”.
“Lo otro es, cómo las víctimas a lo largo de todos estos años nunca se nos otorgó una contención. Si bien está Crysol, que vos vas al psicólogo que te pueden tratar, con la ley reparatoria, que se les paga a los presos políticos si no trabajan en el Estado o ganan más de 15 bases de prestación, no tienen derecho a una reparación económica, por lo tanto, no es reparación. No existe tampoco ningún tipo de contención a la hora que vas a la justicia, a la hora que vas a testificar lo que te pasó. No hay nadie que te ayude con todo eso. Por lo menos nosotros no hemos contado con eso. Si existe nadie nos llamó y nos dijo ‘che, miren que así solitas, con el cuerpito otra vez a ponérselo a las balas no vayan’. Traten de conseguir contención, porque no es fácil sobreponerse a eso. Se debe saber que cualquier víctima, no solamente la víctima de violación de los derechos humanos sino todas las víctimas necesitan contención”.
“Nosotros somos unos parias. Tuvimos un patrocinador porque el Frente Amplio lo puso, y después gracias a que existe el movimiento sindical uruguayo organizado, y es el que hasta el día de hoy sostiene al Observatorio, sino no sé con qué contaríamos. No tenemos. Y para ir a la Corte Interamericana de Derechos Humanos no tenemos quién nos patrocine. Hay una abogada macanudaza, pero a mí me da no sé qué ir a pedirle a alguien que me patrocine sin pagarle un mango. Entonces por lo menos el Estado uruguayo tiene que pagarte eso. No, ni siquiera eso”.
-¿Cómo ves a las nuevas generaciones con el tema de los derechos humanos, de la impunidad?
“Creo que estos temas tienen que estar dentro de la educación formal, de los programas de estudio, tanto en historia como en las materias que conciernan a lo que es la defensa de los derechos humanos y la defensa de la libertad de ideología, de pensamiento, de expresión, porque los jóvenes y los niños no solamente tienen que formarse a niveles académicos en las ciencias duras, sino también en los valores, y que los jóvenes, por favor, nunca dejen de defender la libertad, la democracia y su derecho a expresarse, que fue lo que nos enseñaron a nosotros: nuestro derecho a la libertad y a ser, pensar y luchar por el mundo que queríamos, que sentíamos”.
“Veo que hay una gran cantidad de jóvenes que nos acompañan o han tomado la bandera de luchar por la verdad y la justicia. Hemos visto las marchas del 20 de mayo que cuando eran presenciales eran multitudinarias, y lo hemos visto en las dos últimas marchas, que fueron virtuales, pero fue impresionante, y fueron jóvenes la gran mayoría de los que participaron. Vos veías en las redes sociales en sus perfiles. Eso es admirable, porque más allá de que se ha intentado a través de los grandes medios ocultar todo esto, los jóvenes hablan de lo que pasó, y eso es muy importante”.
VIA https://elmuertoquehabla.blogspot.com/2024/09/condenaron-tres-militares-por-torturas.html
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