Cuando el trabajo invade : el desgaste silencioso de las parejas modernas
Por Lic. Rubén Suárez – Director de Red Contacto Sur
En los últimos años, múltiples estudios internacionales coinciden en un diagnóstico claro: las parejas modernas se desgastan no por falta de amor, sino por exceso de trabajo y falta de límites. La frontera entre el hogar y la oficina se ha vuelto difusa, y en ese desdibujamiento nace una de las causas más frecuentes de conflicto: la incapacidad de separar la vida laboral de la vida emocional.
El trabajo, necesario para la subsistencia económica, se ha convertido en un tercer integrante de muchas parejas. Las conversaciones giran en torno a jefes, horarios y tareas, mientras el tiempo compartido en intimidad se reduce a minutos. La presencia constante de las tecnologías —mensajes, redes, grupos de trabajo— ha hecho que incluso el descanso esté colonizado por lo laboral.
Según una revisión de 49 estudios publicada en Journal of Family and Economic Issues, el conflicto trabajo-familia se asocia de forma directa con una disminución en la calidad de la relación de pareja, con una correlación negativa promedio de -0.19. Es decir, cuanto más invade el trabajo el espacio personal, peor se sienten las parejas. Otro estudio, desarrollado en Estados Unidos con casi 600 trabajadores, halló que quienes trabajan más de 50 horas semanales sufren niveles más altos de estrés y menor satisfacción con su relación, comparados con quienes mantienen jornadas equilibradas.
Pero el fenómeno no se limita al horario o al cansancio. Las amistades del trabajo —esas relaciones que surgen del día a día laboral— pueden convertirse en un elemento disruptivo. Si bien la amistad y el compañerismo son positivos, muchas veces se transforman en presencias intrusas dentro del vínculo afectivo. Es habitual escuchar frases como:
“Ya no tenemos tiempo juntos, siempre estás con tus compañeros de trabajo”, o “Siento que compartís más con ellos que conmigo”.
Detrás de esas frases se esconde algo más profundo: la sensación de reemplazo emocional. Lo que debería ser apoyo laboral termina invadiendo la vida íntima, desplazando a la pareja y generando desconfianza. Una encuesta reciente del portal Enterprise Apps Today revela que el 57% de los romances o vínculos afectivos surgidos en el trabajo afectan la vida personal o el desempeño profesional. Esto muestra hasta qué punto los límites son difusos y los riesgos reales.
No se trata de prohibir amistades ni de culpar al trabajo, sino de reaprender a poner fronteras. El hogar debe ser un espacio sagrado, donde la energía laboral no ingrese con el mismo peso con que se abre el correo o se atiende una llamada. La pareja, por su parte, debe tener un tiempo exclusivo y una presencia consciente: sin pantallas, sin urgencias, sin interrupciones.
Porque el amor no muere de un día para otro. Se desgasta, lentamente, con cada reunión fuera de horario, con cada mensaje que interrumpe la cena, con cada salida laboral que reemplaza el tiempo compartido. El trabajo es vital para la economía, pero no puede ocupar el lugar del afecto. Y las amistades laborales, tan valiosas en lo profesional, deben respetar los límites que protegen la vida íntima.
Un modelo de sociedad que valora más la productividad que el vínculo humano termina creando individuos cansados, solitarios y vacíos. Por eso, defender el espacio emocional es también un acto político: es reafirmar que lo humano está por encima de lo utilitario.
Hoy más que nunca debemos recordar que la vida no se mide en horas trabajadas, sino en momentos compartidos. El verdadero éxito no es laboral, sino afectivo: poder regresar a casa, mirar a la persona que amamos y saber que, más allá del cansancio, seguimos eligiendo cuidarnos.
Lic. Rubén Suárez
Director – Red Contacto Sur
Montevideo / Buenos Aires / Santa Cruz
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