Los que quieren ser lo que no son, y la impotencia de los mediocres
En la vida política, en la militancia y en los órganos de decisión, siempre se da una lucha natural entre quienes tienen verdadera capacidad y aquellos que, carentes de formación, visión y compromiso, solo buscan figurar. Es inevitable: mientras unos siembran, otros apenas especulan; mientras unos levantan a su pueblo, otros se dedican a acallar y a censurar.
La historia lo ha demostrado con claridad. Los grandes líderes —Marx, Lenin, Evita, Chávez, el Che, Perón, Tabaré Vázquez, Arismendi, Mariátegui, Fidel Castro— nunca crecieron sobre la base de aplastar a sus compañeros. Al contrario, construyeron caminos colectivos, abrieron espacios de participación, sembraron en cada militante la semilla de la conciencia y del compromiso. Entendieron que la verdadera fuerza política no está en el monólogo del caudillo vacío, sino en la voz coral de un pueblo organizado.
Un buen militante, un verdadero dirigente, no teme a que otros crezcan. Al contrario, fomenta el crecimiento de todos, porque sabe que el proceso solo avanza cuando cada compañero se convierte en protagonista. Así obraron Lenin con los soviets, Mariátegui con su creación heroica, Perón y Evita con los trabajadores, Chávez con su pueblo organizado en comunas, el Che con su entrega total a la causa de la humanidad, Fidel con la construcción de un pueblo educado, armado de ideas y de dignidad, Arismendi con su visión de partido, Tabaré con su coherencia y ejemplo. Ellos dieron participación y por eso siguen siendo recordados.
En cambio, abundan también en la historia los otros: los que quieren ser y no son. Aquellos que no tienen ni la capacidad política, ni el estudio, ni la inteligencia para dirigir, y que solo se sostienen rodeados de aduladores y títeres. Su “estrategia” no es construir, sino acallar; no es organizar, sino dividir; no es sembrar, sino quemar la tierra para que nada crezca a su alrededor. La impotencia de los mediocres siempre busca disfrazarse de liderazgo, pero al final solo dejan ruinas y son condenados al olvido.
Hoy más que nunca debemos afirmar que el centralismo democrático, la discusión abierta, la crítica y la autocrítica, deben ser los fundamentos de toda organización política seria. Quien prohíbe la palabra, quien censura al compañero, quien se dedica a apagar luces en vez de encenderlas, no es un dirigente: es un obstáculo, un freno, un enemigo interno del pueblo.
La política verdadera es siembra, crecimiento, cosecha. Es lucha ideológica con raíz y con horizonte. Y esa lucha no la protagonizan los que solo se miran al espejo, sino los que tienen la valentía de multiplicar la conciencia en los demás.
La historia recordará siempre a los que dieron voz y participación. Los que quisieron callar, los que quisieron imponer su mediocridad sobre la grandeza del pueblo, serán siempre borrados, condenados al basurero de la historia.
Lic. Rubén Suárez
Red Contacto Sur

No hay comentarios:
Publicar un comentario